jueves, 10 de abril de 2008

El Kitch siempre es involuntario

Verdaderamente tiene algo de enigma ese proceso de reapropiación irónica que lleva a la fagocitación lúdica de la cultura basura. Aunque, desde luego, está directamente relacionado con la mirada posmoderna -que, entre otras cosas, recicla contribuciones marginales a la alta cultura y formula relecturas distintas de obras tradicionalmente pertenecientes a ésta- se me ocurren varias cosas más.

En primer lugar, es un acto que arranca de cierta posición de jerarquía: quien se pone a Sandro después de guardar cuidadosamente el vinilo de, pongamos, los Pixies, lo hace con una mezcla de condescendencia y placidez, porque él es capaz de elevarse por encima del vulgo y disfrutar irónicamente de esos desechos de la cultura popular. Hay, pues, cierta soberbia en su gesto. Y esto, claro, tiene que ver con el hecho de la descontextualización, en la medida en que se trata de obras concebidas SERIAMENTE, y dirigidas a un público concreto, que las disfruta literalmente. De hecho, cuando el freak se disfraza de freak -cuando el irónico se disfraza de Sandro- el asunto no funciona.

El Kitsch es siempre involuntario. Verdaderamente, si hay que relacionar este fenómeno con algo es con el declive de la Alta Cultura, o Cultura Culta, que aunque sigue cultivándose por parte de las élites -sí, hay quien lee 'La Montaña Mágica'- ha perdido su aura, o capacidad de generación de estatus; al menos, en nuestro lamentable país, donde el lector es un sabihondo, etcétera. Porque -sigo- la reapropiación irónica de la cultura basura es también una forma de quitarse de encima el muerto de la Profundidad: su disfrute es superficial, se agota en el acto mismo de la 'rareza', en la carcajada colectiva donde unos se reconocen a otros como más sagaces, más despegados de convenciones obsoletas, más cool. Quiero decir que hay una forma de disfrute delirante de lo kitsch que es divertida y puede enriquecer al gran arte con nuevos códigos, etc., pero también que esta mirada, si se queda en eso, es anodina y tediosa, porque sólo se alimenta de una extraña forma de autofagia que no conduce a ningún sitio.
Sandro es un personaje, claro, pero ¿y qué? ¿No tiene un límite el interés que presenta la Cultura Basura? Posmodernidad es Borges y posmodernidad es el mejor Tarantino, pero no bailar el Pachi Pachi sólo porque visto a Don Francisco desde una perspectiva distinta a la suya propia -y fuera de la cual no tiene ningún valor, a diferencia de, pongamos, Shakespeare- resulta divertido. Esto también tendría que ver con la hinchazón del humor, como forma abusiva de comunicación contemporánea, pero ya me he extendido demasiado. Y, precisamente, me estoy poniendo demasiado serio.

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